miércoles, 21 de octubre de 2009

FELIPE PINGLO EN EL RECUERDO

Felipe Pinglo Alva nació el 18 de julio de 1899 en la Calle del Prado (Cuadra 14 del Jr. Junín), Barrios Altos, Lima. Mucho se ha escrito sobre el Maestro Felipe Pinglo, sus biógrafos no han escatimado elogios para describir su vasta obra y, como es justo, solemos recordarlo en el mes de mayo, ya que falleció el 13 de mayo de 1936, y en el mes de su nacimiento que, por esas coincidencias de la vida, es también el mes en que su barrio querido está de fiesta.

El Maestro Felipe Pinglo Alva, gran autor, compositor y poeta, fue quien revolucionó el vals criollo, o vals peruano, dándole otra dimensión y forjando una escuela que hasta el día de hoy es seguida por los cultores de la música criolla en el Perú. Entre sus creaciones más resaltantes debemos citar: "El Plebeyo", "El Espejo de mi Vida", "El Huerto de mi Amada", "Bouquet", "Jacobo el leñador", "Pobre Obrerita", "De Vuelta al Barrio", "La Oración del Labriego", "Mendicidad", "Sueños de Opio", "El Canillita", "Rosa Luz", "Amelia", y muchísimas más.

En esta oportunidad, trataré de compartir algunos aspectos o hechos no muy conocidos de la vida de ese gran "filósofo de la canción ciudadana", como lo llama Gonzalo Toledo. Casualmente, Gonzalo Toledo contó que Felipe Pinglo solía visitar al Amauta José Carlos Mariátegui cuando éste llegó de Europa en los años 20. Esas visitas tenían lugar en la Calle del Acequión, Jr. Huari 271, Barrios Altos. El escultor ancashino Artemio Ocaña le relató este hecho a Gonzalo Toledo y Segisfredo Mariátegui, hijo del Amauta, se lo confirmó.

Pinglo se preocupó mucho por difundir y sacar adelante nuestro cancionero popular. El historiador Jorge Basadre menciona, en su "Historia de la República del Perú", de que después de 1920 llegó la moda de los ritmos norteamericanos y, sobre todo, la tremenda difusión del tango, el vals platense, la ranchera y otras melodías argentinas favorecidas por discos, películas y visitas personales de cantores de gran éxito. Pero existían reductos inexpugnables que se resistían a aceptar la imposición del exterior. Fue en aquella etapa crítica, entre 1924 y 1926 que apareció Felipe Pinglo, el hombre del pueblo de Lima que cantó a su clase, abriendo no sólo una nueva etapa de la canción criolla sino que también dejó una leyenda.

Aurelio Collantes en su libro "Pinglo Inmortal", Lima 1977, reproduce una carta que Pinglo le escribe al pintor y caricaturista Víctor Echegaray, en junio de 1931. En ella Pinglo dice: "(...) Víctor, tengo confianza en ti, y espero que ningún pequeño contratiempo, te haga retroceder. Te advierto que la pelea será dura pero, allí se ve a los valientes y tú eres de los Barrios Altos, y no defraudarás a los muchachos de Buenos Aires. Tú sabes cómo lucho por sacar adelante la canción criolla, pero tengo la esperanza de que el esfuerzo mío y de otros, que no somos muchos, sirva para que nuestro folklore se coloque en el lugar que le corresponde, y sea conocido tanto aquí como en el extranjero, pero, con carta de ciudadanía peruana bien definida, y así algún día dé contribución plena al progreso nacional".

De todas las historias que he tenido la oportunidad de leer sobre el Maestro Felipe Pinglo, ya sea de Manuel Acosta Ojeda, Jorge Basadre, Niko Cisneros, Aurelio Collantes, Jorge Donayre, Heraldo Falconí Sevilla, César Miró, Willy Pinto Gamboa, Gonzalo Toledo, Manuel Zanutelli y otras plumas más que han escrito sobre el inmortal bardo criollo, hay una historia muy buena, que desconocía, escrita por Niko Cisneros y que la encontré mientras escudriñaba en los archivos de "La Crónica" durante mi última visita a Lima. Compartiré con Uds. esa historia contada por Niko Cisneros en su artículo "La Primera Guitarra de Felipe Pinglo", aparecido en el suplemento dominical de "La Crónica" del 13 de julio de 1958, página 3:

"(...) Ya en vísperas de usar los primeros pantalones largos de su vida, suceso que coincidiría con el cumplimiento de sus 16 años, Felipe hace su pedido de cumpleaños. Quiere una guitarra. su tía se escandaliza. Tan pequeño y quiere ser jaranista. Imposible, ni está en edad para ello. Cuando posea 21 años de edad, sentencia severamente la tía.

Pero dos vecinos y su padrino de bautizo intervienen. Y Felipe logra lo soñado. Tener una guitarra propia. Compra con sus ahorros un método para aprender a tocar la vihuela, y en las noches comparte el estudio de los textos escolares con los secretos del diapasón. Y su mano zurda acariciaba las sonoras cuerdas.

Aquella guitarra era española, como mayormente se usaban a comienzos de siglo, y llevaba como firma de construcción una pequeña etiqueta de papel que decía "Moreno Hnos. Murcia, España". Y Pinglo, un hombre casi sin familia, criado sin hermanos y bajo la bondadosa mirada de su tía, le tomó gran cariño a la vihuela. Ella era su hermana y su mejor amiga.

Pasaron los años y ya cantaba y tocaba. Felipe se acercaba a su destino. En esa vihuela nacieron las notas de su admiración deportiva, las polkas "Alianza Lima", "Los Tres Ases" y "Juan Rostaing". También, su primer vals "Amelia", en homenaje a la primera mujer amada.

Pero aquella guitarra tuvo un final inesperado. En una fiesta que duró toda la noche la perdió. Cuando los rayos del sol iluminaron una humilde casa de la calle de Monserrate, un desconocido cogió la vihuela de Pinglo y fuese con ella, dejándole otra de menor cuantía, dentro de la funda de gamuza roja.

Ya Felipe trabajaba en el Instituto Geográfico del Ministerio de Guerra, así es que inmediatamente pudo sustituir la guitarra por otra nueva, pero debido a su profundo sentimentalismo, experimentó gran desazón. Aquel instrumento había sido el compañero de sus años juveniles y de los primeros años de la mayoría de edad. En esa vihuela había satisfecho sus primeras ambiciones. De sus cuerdas habían brotado sus composiciones iniciales, y ellas habían sido testigos de sus más románticas serenatas y fiestas.

Con el transcurso de los años, Felipe actuó decisivamente en favor de la canción criolla, cuando estuvo amenazada por el extranjerismo musical. Los estrenos de sus valses contribuyeron a la reconquista de nuestras canciones en el repertorio de los cantores de la época, y con ellos se triunfaba en las competencias de barrios, en los cines locales.

Pero cuando la Batalla de la Canción Criolla terminaba con su triunfo. Pinglo ya había llegado a la cumbre de la composición. Su nombre era pronunciado con respeto y admiración por los amantes de nuestra música. Y "El Plebeyo", "El Espejo de mi vida", "Rosa Luz" y otros valses, estaban logrando el ingreso de nuestra música a los graves salones limeños, hasta en ese momento relegada a los solares y callejones.

Justamente en la Nochebuena de 1935, Pinglo se sintió enfermo, y así el año de 1936 resulta funesto para el gran compositor y para nuestra música. Su cuerpo débil, enjunto y enfermizo se resiente y Pinglo cae en la cama para no levantarse más. Y una tarde en que rodeaban su lecho del hogar de la calle de la Penitencia, amigos, familiares y discípulos, Samuel Joya, su amigo y compañero, se acerca con una guitarra. Felipe la pide pues desea tocar en ella las notas de su última composición.

La pulsa y al examinarla repara en que aquella vihuela fue la que un día fuera sustraída. Allí estaba ella, algo maltratada, pero siempre sonora con la etiqueta que rezaba: "Moreno Hnos. Murcia, España". Inquiere por su procedencia y Joya indica "Estaba allí, en un rincón de la sala".

Y esto fue un misterio, algo que Felipe jamás logró investigar. Nunca se supo quién depositó la vihuela en la sala. Se presume que el autor del hurto, enterado de la enfermedad mortal de Pinglo y para acallar sus remordimientos fue de visita, dentro de un grupo de amigos, y dejó el instrumento en la casa de su primer dueño.

Y aquella guitarra, la de sus primeras composiciones, sirvió para que Felipe Pinglo compusiera su último vals, "Hermelinda" -no confundir con el mismo nombre perteneciente a Alberto Condemarín- canción póstuma, hecha en el lecho mortal y dedicada a su esposa, la compañera de su vida y la madre de sus dos hijos.

Murió en la madrugada del 13 de mayo de 1936, y en la capilla ardiente de la salita de la calle Penitencia, allí se vio por última vez a la guitarra de Felipe Pinglo Alva. Estaba recostada sobre el catafalco. Inútil y apagada, con las cuerdas silenciosas a la espera de los febriles dedos del inolvidable autor de "El Plebeyo"."

Felipe Pinglo nos dejó muchísimas composiciones, algunas de ellas desconocidas. Se le ha estudiado mucho y se continua haciéndolo. Su obra musical es grandiosa y ha sido, y seguirá siendo, fuente de inspiración para muchos intérpretes, compositores y todo aquel que guste de la música criolla, porque si, muy bien, él falleció hace ya muchos años, su obra lo ha hecho inmortal para los peruanos.


Dario Mejia
Melbourne, Australia

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